lunes, 16 de octubre de 2017

El cruce a Salta

Mayo del 2017, en la frontera de Bolivia con Argentina.

La historia de un protocolo viajero


En la ruta nuevamente
Cuando iniciamos este viaje, el comité de organización, formado por Khris y quien escribe, estableció algunas básicas reglas de convivencia. No fueron muchas, pero si fundamentales para poder mantener el orden común durante el trayecto. Uno de esas normas señalaba, que sería la pareja en conjunto, quien decidiría las rutas a realizar.

La elaboración de las rutas tiene varias etapas: Por un lado, uno "mentaliza", o digamos... "imagina", un lugar donde quiere llegar, como objetivo. Luego de esto, uno tiene el trayecto para lograr "el objetivo", pero decidimos que la última palabra, sería de la voz femenina. Para quien no entienda esta idea, esta tiene sus motivos. El primero, es que el escritor de este capitulo, tiene mejor sentido de la orientación y logra con facilidad trazar las rutas a recorrer, esto corresponde a la primera etapa al diseñar una ruta. No nos referimos al destino, sino el trayecto. El tema a considerar, es que quien escribe, le da lo mismo en la condición que nos vamos. Por ende, ahí uno tiende a confiar en la intuición femenina, o quizás la desconfianza que emana del genero de las mujeres. Para mi, da igual viajar en una carreta o dormir en un lugar poco salubre, quizás si me interesa, más por un tema de proteger a quien te acompaña, pero no me fijo de inmediato, sino lo veo como una segunda, o tercera prioridad. Entonces, acá la mujer se fija en estos detalles de manera más pulcra y siempre la señorita observa esos puntos, los cuales uno por ser hombre, no se da cuenta. Este plan funciona muy bien en lo habitual y lo llevamos en la mayoría de los viajes que hemos realizado y nuestra vida, pero la regla obviamente, tenía que fallar.

En Uyuni, Khris decidió descansar un poco después de los 400 y algo de kilómetros que hicimos en esos jeeps bolivianos Desde la frontera entre Bolivia y Chile desde el Parque Eduardo Abaróa, habíamos tenido un trayecto sin grandes inconvenientes, pero desgastado y algo apunados. Ya en la ciudad, ella se dedicó a ordenar las mochilas, para dejarme a mi, ir a ver algún bus que nos pudiese dejar en la frontera. Partí a la esquina donde estacionaban los buses que llegaban a la ciudad, allí estos se agrupaban, sin un orden aparente, y encontré en la misma esquina donde habíamos llegado, un cartel de buses que nos aseguraban llegar a Villazón, la ciudad fronteriza con Argentina, todo por 50 bolivianos cada uno. Entonces compré y teníamos dos tickets para irnos esa noche, rumbo a la frontera.

Ya llegada la hora de salida, nos acercamos a la esquina donde salían los buses y sorpresa!!!.... No había bus... pero no era tan catastrófico, en su lugar había una especie de micro antigua, en verdad bien antigua, como de otra época, como si en Santiago habláramos de la "Recoleta-Lira" o la "Pila del Ganso". Una maquina con varias décadas y kilómetros en el cuerpo. Como era "EL BUS", que nos llevaría a lugar, no quedó otra que subirse y esperar que llegáramos a buen destino. Arriba, una mezcla de todo, gente local, gringos apolillados, alguno que otro desprevenido con frío y nosotros, algo más preparados que la vez anterior que viajamos por el desierto boliviano, ahora habíamos sacado los sacos de dormir para pernoctar. Nos esperaba una larga noche en un bus, donde el aire helado entraba por las ventanas, por el techo y en verdad, uno sentía que el aire entraba por todos lados.

El viaje, fue algo de otro planeta: durante la noche fue imposible pegar un ojo, Khris se sentía algo mareada y ya no era la altura (tampoco un embarazo). Íbamos cruzando por unas quebradas, en medio del desierto y con los ascensos, vueltas y descensos, que eran generalizados. A veces sentíamos que el bus subía, a veces sentíamos que el bus bajaba, y las pocas veces que abrí la cortina para mirar afuera, solo se veía un desierto eterno, sin ningún camino delimitado, realmente no sabíamos por donde nos íbamos, claramente un camino delimitado no era, sentía que íbamos a campo-traviesa. Llegamos primero a Tupiza, donde parte importante del bus descendió, luego nos tocaba bajarnos a nosotros en Villazón. Eran las 4 de la mañana y nos encontramos con un pueblo en la frontera, que no tenía mucho que ofrecer, más allá del frío y la soledad. Se nos acercó una persona a ofrecernos un trayecto en bus rumbo a Salta, pero los valores estaban algo fuera de nuestros límites económicos. Preferimos esperar hasta que fuese de día., así que nos arrimamos en una residencial, que nos cobró 40 bolivianos para ambos, por ocupar una pieza, creo que este fue el alojamiento más barato que pagamos en todo el viaje. El lugar, una cama, bastante más decente que lo que pensaba, un baño donde tenías que llenar el estanque con un balde y un enchufe para conectar los celulares, no era un lujo, pero para pasar la noche, nos sirvió. Ahí nos quedamos hasta poco antes del mediodía.

Al día siguiente, después de asearnos en la hostería más humilde que he conocido, decidimos que era momento de cruzar a Argentina. Salimos caminando por Villazón, una ciudad eminentemente comercial, muy similar a lo que sería Tacna para los ariqueños, manteniendo proporciones. Queríamos algo fresco para el desayuno, pero en Bolivia no se estila mucho la fruta, y la fritanga era el amo y señor de los desayunos (si, desayunos de frituras). Decidimos cruzar la frontera y ver como nos iba al otro lado.

Las aduanas siempre me han llamado la atención, es un poco de lo uno y un poco de lo otro, una linea imaginaria, donde cada país decide que acá parte lo tuyo y termina lo mio. Cuando cruzas en un vehículo ni te das cuenta, pero a pie, siempre se torna tan particular. Es cosa de recordar cuando cruzamos desde Gorizia, en Italia, rumbo a Nova Gorica, en Eslovenia. Cruzábamos una calle y ya no hablaban italiano, sino esloveno, dos idiomas que no tienen nada en común, y para ser sinceros, los italianos no dominan el esloveno y tampoco al revés... y con solo con una calle de distancia. Acá, en la frontera Argentino/Boliviana, cruzamos un puente para ser precisos y el idioma dejaba de ser boliviano y aparecían los "che" y el "voceo" de los compañeros trasandinos, la gente dejaba de comer pollo broaster, apareciendo los panchitos, los pebetes y los alfajores. De esta manera algo singular, eramos recibidos por la República Argentina.

Nos dispusimos a caminar un par de cuadras, rumbo al terminal de buses de la ciudad de La Quiaca, donde los precios se empezaban a poner algo groseros. La inflación no deja muy bien parado a Argentina actualmente, y los buses son una buena muestra de esto. Después de cotizar, logramos por algo menos de unos 500 pesos argentinos, un bus, donde atravesaríamos los últimos bastiones del desierto, ahora argentino, rumbo a la Ciudad de Salta.

El recorrido de este capitulo tiene pocas fotos y eso que fueron dos días de viaje, donde primaron los libros, observar la dinámica local, el desierto, la meditación y el dormir. Cuando cruzábamos el camino por el norte de Argentina, en un camino que se alargó bastante más de lo que pensábamos que iba a durar. Esto fue por la calidad de la carretera, que a veces era de tierra y a veces la estaban pavimentando. El turismo envasado actualmente vende el "paquete directo", haciendo extraviarse lo que alguna vez leí por aquí en algún blog, "el recorrido". Es más que tomar un avión y llegar rápido a destino, yo personalmente creo, que el recorrido el que hace mágico al camino, y uno no puede tratar de saltarse esto, por la comodidad de llegar rápido a destino. Es verdad que cada quien es dueño de viajar como quiera, y gracias  Khris he trabajado mi "zen" de la tolerancia, pero sigo sin encontrarse sentido a este andar desesperado, por llegar al rincón más recóndito del planeta, sin haber conocido por donde llegaste a ese destino final. Esto me hace querer cada vez menos las vacaciones con los días establecidos por mi calendario, y querer buscar una ruta sin fechas.

Un monótono rumbo sur, por la provincia de Jujuy
Luego de varios días de viaje, ya estábamos en el extremo norte de Argentina, un sector que poca gente siente como "argentino", mirabas por la ventana y solo veías quebradas y más quebradas, pero los colores dejaban de ser ocres y amarillos, siendo lentamente remplazados por un amable verde y por un aire más fresco, claramente le dábamos la bienvenida a la altura ya bajo los 2.000 metros sobre el nivel del mar, nos sentíamos incluso con más energías. A eso de las 8 de la noche, llegaríamos a Salta, "la bella" como le dicen, una ciudad que se mostraba amable, más de "pueblo", me recordaba mucho a Talca o Rancagua, todo el mundo a un paso más lento y con aires de tranquilidad para todo. Era tiempo de buscar una residencial, con algunos lujos de más porque queríamos ser más turistas en Salta, que viajeros. Hostal La Salamanca nos acogería por ese fin de semana, ya tendríamos tiempo para llegar a Iguazú, pero esto quedaría para otro capítulo. Aún así, un fin de semana para la ciudad donde habría tiempo para darle una vuelta, para quedarnos con algunas fotos de su amable cara. El local para aguantar un Bife de Chorizo: La Rinconada

Un pack pequeño, de Salta la bella








Al tercer día, luego de cotizar pasajes, que nuevamente, nos resultaban exorbitantemente caros, decidimos partir,. Nos acercamos a la salida de la ciudad, para ver si un alma caritativa nos llevaba haciendo dedo, nos esperaban unos 1.500 kilómetros hasta la triple frontera, pero eso quedaría para otro capítulo.

PD: Es útil los días de relajo para organizar los miles que papelitos y propagandas que vas reuniendo.


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